Manos.
Era la primera
vez que lo tenía en su casa, se sentía realmente feliz. Le ofreció un té, ya
que, quería atender perfectamente a su invitado. Mantuvieron una conversación
animada y torpe por un largo rato. Ver la sonrisa de Ryutaro, llenaba su corazón
de una sustancia extraña. ¿Alegría? ¿Satisfacción? ¿Felicidad? Tanto así, que
aunque se hubiesen juntado para estudiar, nada de lo que leyó esa tarde, logró
permanecer. Cuando llegó el momento de despedirse, Keito decidió ir a dejarlo
hasta el paradero; No podía, no quería separarse de él, había sido uno de sus
días más felices, odiaba el hecho de que existiera un tipo de fin. Caminaban
por un pasaje poco transitado y al menor se le desató un cordón de la
zapatilla. Keito lo esperó. Al momento que ambos retomaron la andanza, unos
cálidos dedos se entremezclaron con los del mayor, haciéndole tambalear,
sonreír, sonrojar… miles de sensaciones indescriptibles, que se tradujeron en
un apretón de manos. “No me dejes”.
Accidente fortuito.
Septiembre 24, 2007. Lo recordaba perfectamente, ya
que era el día de su debut. Keito había llegado hace poco desde Inglaterra y
desafortunadamente, no había hablado con muchos de los integrantes de su nuevo
grupo. Se sentía nervioso, ser grabado, bailar, cantar, eran cosas nuevas para
él, más aun cuando era parte de una familia. Ya en el escenario, todos dieron
lo mejor de sí, para que al momento de finalizar, en sus rostros se reflejaba
la satisfacción de haberlo hecho bien. Estaban felices, se abrazaban y gritaban
en camarines, en un momento abrazó impulsivamente a Ryutaro, el menor del grupo
y por un accidente y torpeza de ambos, sus labios se rozaron en un medio beso.
Nadie se había dado cuenta. Se alejaron sonrojados y en una mirada
confidencial, decidieron dejarlo en secreto.
Lo que puede mejorar un día.
Keito había tenido una fuerte discusión con su padre,
lo cual le hizo deprimirse fuertemente. No sabía si era correcto contarle sus
tristezas a alguien, pero sin querer su teléfono ya estaba escribiéndole un
mensaje a Ryutaro:
“Peleé con papá, ha sido muy feo. Me siento muy triste…
no sé qué hacer. ¿Me recibes en tu casa en la mañana? -Keito-”
Estaba decidido a faltar a clases, ya que, no tenía
ánimos parar asistir. A los segundos recibió una respuesta positiva y
preocupada, simplemente se sintió más tranquilo.
En la mañana siguiente, Okamoto ya había tomado el
bus, encaminándose donde el menor. Al llegar lo abrazó fuertemente y sin
querer, sus lágrimas volvieron a caer, siendo consolado por el chico.
“Te llevaré a un lugar, ven, vamos”
Ryutaro, se lo llevó consigo hasta la casa de Chinen.
En donde ambos quisieron animarlo con todas sus fuerzas. En un momento que Chinen
se concentraba en la tetera que hervía, y Keito miraba la nada, Ryutaro se
acercó involuntariamente y depositó un suave beso en la mejilla del distraído
chico.
“Ánimo…” Le dijo y sonrió.
El mayor, sonrojado y pasmado, asintió torpe y feliz.
Lluvia, en tus labios.
Era un día triste y así lo decía el clima igualmente.
Ambos caminaban por las mojadas calles de Japón. El paraguas de Keito no era
suficiente y permaneció cerrado en todo el trayecto. Nadie decía nada y era
bastante incómoda la situación, sin embargo, no era como si, quisieran
separarse, a pesar de que Okamoto, le decía al menor que temía que se enfermara
y que se fuera a casa. No le hizo caso. Llegaron al lugar en el cual se habían
conocido y ambos sonrieron con nostalgia. Rodearon la gran pileta, que hoy se
teñía de grisea agua, recordaban, sentían y se preguntaban ¿Por qué su relación
acabó? Keito detuvo la marcha y Ryutaro, decidió acercarse a él, lo abrazó fuertemente.
“Ahora sí… puedes irte” Le dijo el menor.
No sabía bien qué hacer, el rostro de Morimoto,
empapado por el agua se veía tan frágil que tenía miedo de descuidarlo.
Cauteloso, se acercó a aquellos mojados labios y los besó tan suave como la
primera vez. Era un beso de despedida. Fue lo más cálido de ese frío día.
Soledad.
Se
acostó a dormir, pero más bien tan solo se acostó. Miró el techo, las paredes y
la ventana y no logró sentirse mejor. Algo le faltaba, un contacto físico, un
beso, una palabra… Rodó en su cama y exhaló todo el aire que tuvo en la
cabecera. Hizo abdominales y lanzó puñetazos al aire. Nada logró
tranquilizarlo. Cerró sus ojos y una opresión en el pecho, hizo que sus
lágrimas descendieran. De a poco estas incrementaban hasta convertirlas en
sollozos. Se había vuelto patético, pero necesitaba de una forma innegable al
menor, pero su pregunta era “Ryutaro: ¿También estás llorando por mí?” (…) La
respuesta le deprimía más.
Sensaciones nuevas.
Los
besos comenzaban a ser más intensos y las traviesas manos tocaban más de lo que
permitían los simples amigos. Keito jamás había tocado a alguien de esa manera
y lo mismo iba para Morimoto, por lo que, ambos estaban jugando a darse placer.
El mayor le subió la camisa al otro y tímidamente comenzó a besar su ombligo, a
morderlo mientras su mano tocaba aquel miembro levemente erectado del chico. En
el momento, que escuchó el primer gemido del Ryutaro, supo que estaba
enamorado. Y decidió que, lo tocaría tantas veces como pudiera volver a
escuchar su voz así de extasiada.
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